Muchas personas viven
diariamente situaciones tensas y estresantes en el ámbito laboral. Gran parte de
ese estrés puede ser atribuido a una mala relación con su jefe, empleado o
compañero de trabajo. Problemas para comunicarse, malos entendidos, un jefe
autoritario, desconfianza entre compañeros, son algunos de los problemas más
recurrentes. En estas situaciones es muy común pensar que el “otro” es el
responsable de mi malestar. Sin embargo, al pensar de este modo estoy cerrando
mis posibilidades de generar un cambio.
Si quiero que algo sea diferente tengo que empezar por mí y ver en qué medida estoy contribuyendo a generar esa situación conflictiva. Esto implica observarme, reflexionar y preguntarme por ejemplo ¿cómo me estoy relacionando con el otro? ¿estoy abierto a escucharlo o estoy a la defensiva?
Quizás me sienta atacado, pero ¿en qué medida yo hago lo mismo, ya sea con mis pensamientos o acciones? ¿Soy capaz de escuchar sin juzgar? ¿Puedo ver lo positivo de esta persona o sólo me enfoco en lo que hace mal?
Estas son sólo algunas preguntas que nos invitan a reflexionar sobre nuestras actitudes. Al observarnos podemos empezar a modificar aquello que no contribuya a generar una relación saludable con el otro. Muchas veces no queremos iniciar nosotros el cambio, ya sea por orgullo, miedo o simplemente comodidad. Pero si no cambiamos lo más probable es que sigamos repitiendo los mismos resultados insatisfactorios.
El desafío del cambio implica empezar a relacionarme de otra manera con aquella persona que considero conflictiva, explorar y mantener otro tipo de conversaciones, abrirme a escucharla sin juzgarla, intentar comprender su punto de vista, fijarme en aquellas cosas que puedo agradecer o reconocer en esa persona y no sólo aquello que hace mal.
Todo empieza por mí. Si quiero que me respeten, debo empezar por respetarme y respetar al otro. Si quiero que me valoren, debo valorar al otro y a mí mismo. Si quiero que me escuchen, debo escuchar yo primero. Si quiero que me reconozcan, debo reconocer al otro y a mí mismo. Nuestras relaciones, en especial aquellas que consideramos conflictivas, son excelentes espejos en los cuales podemos mirarnos. No podemos hacer que los demás cambien, pero al cambiar nosotros quizás también comience a cambiar lo que los demás nos están reflejando.